EL ESMOQUIN
Hay en mí un sentimiento de vacío que no sé muy bien como explicarlo. Lo siento tan dentro de mí que cuando ataca, no me permite ver, me ciega y todo se vuelve gris.
Es entonces cuando la incertidumbre se apodera de mi alma y la somete a un interminable cuestionario de preguntas que hacen que caiga en un profundo sueño del que en ocasiones desearía no despertar.
Tras
la oscuridad de la noche vuelve la luz, con ella un nuevo despertar y al abrir
los ojos una nueva pregunta.
¿Hacia donde voy?
Mi respuesta es rápida, pues hoy
no deseo incertidumbre alguna. Desconozco lo que el mañana traerá a mi vida,
pero me conformo con despertar cada mañana y saborear el placer de respirar.
Ahora
me siento fuerte, resurjo de entre mis cenizas para renacer en la tierra
prometida y sentirme seguro de quien soy.
Me
siento en paz conmigo mismo, relajado pero sin acertar a ver nada a mí
alrededor. La luz ciega mis ojos, extiendo el brazo para detener los rayos del
sol, cuando para sorpresa y bienestar mió un enorme paraguas rojo silencia mi
martirio.
Poco
a poco voy recobrando la visión, lo veo y no lo creo, ante mi un nuevo mundo me
abre sus puertas y me ofrece nuevas posibilidades.
Tras de mi veo una escalera
que me susurra al oído que tiene algo para mi. Subo por ella sin temor alguno y
al llegar a lo alto me sorprendo gratamente al observar un hermoso corazón de
un rojo intenso. Viste esmoquin de gala, con solapas de raso y guantes de
terciopelo, y de su pecho cuelga un hermoso cronometro que funciona porque se
le puede escuchar pero que sin embargo se encuentra detenido en el tiempo.
Con
la mirada de un enorme girasol, veo desaparecer la escalera, miro al frente y
me encuentro en la gloria, con esmoquin nuevo y el viento a favor.
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